domingo, 27 de enero de 2013

Prólogo de Anita

PRÓLOGO (de Anita Moorjani) - EL DÍA EN QUE “MORÍ”
(traducción provisional)


¡Ay, Dios mío, me siento increíble!  ¡Estoy tan libre y tan ligera!  ¿Por qué ya no estoy sintiendo más dolor en mi cuerpo?   ¿Dónde se ha ido todo esto?  ¿Por qué parece que todo a mi alrededor se está alejando de mí?  ¡Pero no estoy asustada!  ¿A dónde se ha ido mi miedo?  ¡Ya no puedo encontrar el miedo!

Estos fueron algunos de mis pensamientos cuando estaba siendo llevada de urgencia al hospital.  El mundo a mi alrededor empezó a parecerme irreal, como un sueño y podía sentir cómo me alejaba cada vez más de mi consciencia y me adentraba en un coma.  Mis órganos empezaron a dejar de funcionar  a medida que sucumbía al cáncer que había, más que acabado, devorado mi cuerpo durante los últimos cuatro años.

Era el 2 de febrero de 2006, el día que va a grabarse para siempre en mi memoria como el día en  que “me morí”.

Aunque estaba en un coma, yo estaba consciente y con gran lucidez de todo lo que estaba pasando a mi alrededor incluyendo el sentido de urgencia y el frenesí  emocional de mi familia mientras era llevada rápidamente al hospital. Cuando llegamos, en el momento en que la oncóloga me vio, su cara estaba horrorizada.

“El corazón de su esposa puede seguir latiendo” le dijo ella a mi esposo Danny, “pero ella no está ahí realmente.  Es demasiado tarde para salvarla”.

¿De quién está hablando la doctora?, me pregunté. ¡Nunca me había sentido mejor en mi vida! Y, ¿por qué mi mamá y Danny parecían tan asustados y preocupados?  Mamá, por favor, no llores. ¿Qué está pasando? ¿Estás llorando por mí? ¡No llores! ¡Yo estoy bien, querida mamá, de verdad lo estoy!

Pensé que yo estaba diciendo esas palabras en voz alta, pero nada se oyó.  No tenía voz.
Quería abrazar a mi madre, consolarla y decirle que yo estaba bien y no podía comprender por qué no era capaz de hacerlo.  ¿Por qué mi cuerpo físico no cooperaba?  ¿Por qué simplemente yacía allí, sin vida y sin energía cuando todo lo que quería era abrazar a mi amado esposo y a mi madre y asegurarles que yo estaba bien y ya sin dolor?

Mira, Danny, puedo moverme sin mi silla de ruedas. ¡Esto se siente tan increíble! Y ya no estoy conectada al tanque de oxígeno. ¡La respiración ya no se me dificulta y las lesiones de mi piel se han ido! Ya no son dolorosas ni están supurando. ¡Después de cuatro años agonizantes, estoy finalmente sanada!

Estaba en un estado de pura felicidad y júbilo. Finalmente, estaba libre del dolor causado por el cáncer que devastó mi cuerpo. Quería que ellos se sintieran felices por mí.  ¿Por qué no estaban felices de que mi lucha finalmente había acabado?  ¿Por qué ellos no compartían mi júbilo?  ¿No podían ver ellos la felicidad que estaba sintiendo?

“Por favor, debe haber algo que usted pueda hacer”, Danny y mi Madre le rogaban al médico.
“Es cuestión de sólo unas horas” argumentó la oncóloga.  “¿Por qué sus otros doctores no nos la remitieron antes?  Sus órganos ya están  dejando de funcionar y es por esto que ha caído en un coma.  Ella no va a lograr pasar la noche; ustedes están pidiendo lo imposible.  Cualquier cosa que le administremos en este estado puede ser demasiado tóxica y fatal para su cuerpo, ¡ya que sus órganos ni siquiera están funcionando!

“Bueno, puede ser”, Danny insistió, “pero, ¡yo no me voy a dar por vencido!”

Mi esposo sostenía con fuerza mi mano débil, mientras yo yacía allí, consciente de la angustia y desesperación en su voz. Yo quería más que nada, relevarlo de su sufrimiento. Quería que él supiera qué tan maravillosamente me estaba sintiendo, pero fui  incapaz de comunicarlo.

No escuches a la doctora Danny,  por favor, ¡no la escuches! ¿Por qué está diciendo eso?  Yo todavía estoy aquí y estoy bien.  Mucho mejor que sólo bien – en verdad, ¡me siento grandiosa!

No podía entender por qué, pero experimenté todo lo que cada uno estaba sintiendo –tanto los miembros de mi familia como la doctora.  Realmente, podía sentir su miedo, ansiedad, impotencia  y desesperación.  Era como si sus emociones fueran mías.  Era como si yo me volviera ellos.

Estoy sintiendo  tu dolor querido – puedo sentir todas tus emociones.  Por favor no llores por mí y dile a mamá que no llore por mí, tampoco. Por favor, ¡díselo!

Tan pronto empecé a sentirme apegada emocionalmente al drama que tenía lugar a mi alrededor, me sentí siendo halada simultáneamente hacia afuera de allí, como si hubiera un cuadro más grande, un plan mayor  desenvolviéndose.  Podía sentir mi apego a la escena que desaparecía a medida que me daba cuenta que todo era perfecto y se desenvolvía de acuerdo con el plan, en un entramado mayor.

Fue ahí que entró el entendimiento de que realmente me estaba muriendo.

Ah… me estoy muriendo! ¿Es esto lo que se siente?  No se parece a nada de lo que me había imaginado.  Siento una paz bellísima y una calma….y finalmente, ¡me siento sana!

Y ahí entendí que aunque mi cuerpo físico dejara de funcionar, todo continúa siendo perfecto en el grandioso tapiz/entramado de la vida, ya que realmente nunca morimos.

Todavía estaba consciente y lúcida de cada detalle que se desenvolvía ante mí, cuando observaba al equipo médico transportando mi cuerpo casi sin vida a la unidad de cuidados intensivos. Ellos me rodeaban en un frenesí emocional, conectándome a las máquinas, e insertándome  agujas y tubos.

No sentí ningún apego a mi cuerpo casi inerte mientras yacía en la cama del hospital.  No sentía que fuera mío.  Se veía demasiado pequeño e insignificante como para contener aquello que yo estaba experimentando.  Me sentí libre, liberada y magnificente!  Cada dolor, molestia, tristeza y sufrimiento habían desaparecido.  Estaba completamente libre de cargas  y no podía recordar haberme sentido así nunca antes.

Luego tuve la sensación de estar abarcada (contenida) por algo que sólo puedo describir como puro amor incondicional; pero inclusive la palabra amor no le hacía justicia. Era la más profunda forma de dar amor que nunca antes había experimentado.  Iba mucho más allá de cualquier forma de afecto físico que podamos imaginarnos y era incondicional: era mío,  sin importar lo que yo hubiera hecho jamás.  No tenía que hacer nada o comportarme de cierta manera para merecerlo.  ¡Este amor era para mí, sin que nada importara!

Me sentí completamente bañada y renovada en esta energía que me hacía sentir como si yo perteneciera, como si finalmente hubiera llegado después de años de lucha, dolor, ansiedad y miedo.

Finalmente, ¡había llegado a casa!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si vas a insertar un Comentario, por favor, sé breve y respetando los criterios de los demás. Pretende este Blog profundizar en criterios, no el entrar en discusiones.